MARATÓ CASTELLÓ 2025
Siempre he pensado que el maratón tiene mucho de aprendizaje, de autoconocimiento. Y esta vez no iba a ser menos.

La última vez que había alcanzado la meta después de los 42.195 metros, sentí emociones que sencillamente no encuentro en otras distancias. Y creo que ese es el principal motor para querer plantarme de nuevo en la línea de salida de un maratón.
El proceso no había sido fácil. En el camino, un otoño en el que casi a la misma velocidad que caían las hojas, lo hacían también los maratones en los que ya me veía participando: enuncio a Valencia por el desastre de la DANA, y aunque consigo un dorsal para correr la semana anterior en Donostia, el viento manejaba otros planes.
Cancelado Donostia, decido darme unas semanas para replantear la temporada, y ver si me encaja alguna otra maratón, o me olvido de Filipides para pensar en disfrutar de otras carreras. Un buen día, el compañero Gorka me habla de su plan para participar en Febrero en el maratón de Castellón, junto con Andrés, y sin darme cuenta, noto la ilusión que me sube por todo el cuerpo. Me encaja. Quiero que me encaje. Definitivamente, el picorcito del maratón me ha atacado fuerte.
Mi cabeza está en modo „lo que sucede, conviene“, y así afrontó el reto de Castellón, ilusionado, como una nueva oportunidad surgida de forma inesperada de disfrutar plenamente de otra maratón. Salvo algunas molestias menores que me obligan a parar una semana, la preparación ha ido muy bien. Los momentos más plenos, las tiradas largas estrenando los Domingos. A veces con amigos, y otras sólo con mí música y mis podcast. De una manera o de otra, siempre acompañado.
En el inicio de la semana previa, me siento bastante cansado, y con esas sensaciones previas a caer enfermo. Internamente, trato de convencerme de que todo está bien, que sólo son nervios, y al final parece que remontamos. Le hemos dado la vuelta al cuerpo, y el viernes nos ponemos en marcha para iniciar el viaje.
Llego preparado físicamente, pero sobre todo mentalmente. La condición física creo que es similar a la del otoño pasado, pero por diferentes motivos, llego más tranquilo, más limpio de cabeza, y con muchas ganas de disfrutar y de darlo todo en carrera.
Además, el viaje se presenta también en un formato especial. Un auténtico road-trip con la mejor compañía de 2 fenómenos del equipo: Andrés y Gorka.
Salimos de Bilbao el viernes al mediodía, tirando de teletrabajo para apurar los minutos y poder llegar a comer a tiempo a un restaurante de Haro. Primera buena elección. Apenas hablamos de nuestros objetivos para la carrera, preferimos pasar el tiempo en otros menesteres menores: ponernos al día de nuestras vidas, echar unas risas, y a ratos, ir arreglando poco a poco el mundo.
Llegamos a destino ya de noche. Gracias Andrés por la generosa invitación. Bienvenidos a Marina d’Or, ciudad de vacaciones… y a veces también de maratones.
Con la cena, comienza la fiesta de los hidratos, y pronto a dormir.
Estrenamos la mañana del sábado con un buen desayuno antes de coger el coche a Castellón. Recogemos dorsal, un pequeño paseo, y nos juntamos con Rubén, del Beste Bira, y su familia, para tomar algo y comer en un restaurante chino. Arroz y pollo para el cuerpo y a funcionar.
Es sábado por la tarde. Hasta ahora todo ha ido muy rápido. Es ahora cuando los relojes se ralentizan, como cuando estás esperando a alguien, y los minutos pasan despacio. Ese alguien al que esperamos nosotros es el maratón.
Y llegó el día D.
Me despierto ilusionado. Hemos venido a jugar. He dormido bien, y estoy con ganas y convencido de disfrutar de una bonita carrera. Arrancamos con tiempo y nos juntamos en el guardarropa con Tabo, el cuarto jinete Korrikazaleak en carrera, con Rubén, y con Kike, un fenómeno del atletismo popular en la recta final de su increíble propósito de completar el centenar de maratones a la pronta edad de los años que tenga Kike 😉
Leve calentamiento, y pistoletazo de salida! Beso mi tatuaje en recuerdo de Aita, y empieza el baile. Vámonos átomos!!!
No me gusta hablar de tiempo objetivo, y menos en el maratón, pero en mi fuero interno manejo la idea ambiciosa de que estoy preparado para hacer mi mejor marca (2:50 largos).
El recorrido empieza de forma favorable, con un primer kilómetro picando para abajo para ir calentando y coger confianza. Sabiendo que hay una liebre de 2:50, mi planteamiento es escuchar el cuerpo los primeros 2-3 kilómetros, y a partir de ahí decidir qué ritmo crucero es el óptimo para afrontar la carrera. Pasado este primer tramo, me sorprendo al ver que la liebre de 2:50 va por detrás, pero voy en un grupito majo, me encuentro bien, y decido continuar.
El maratón da pie a llenarte de multitud de pensamientos en carrera, sobre todo en la primera mitad. Aunque soy consciente de que queda un mundo, voy sumando kilómetros a un ritmo crucero de 4:00/km o incluso por debajo. Todo marcha. Sigamos concentrados, disfrutemos, y aplaquemos los sueños húmedos que esto es largo.
Hacia el km 19, a pesar de que mantengo el paso, mi cabeza me dice que es mejor no tomar de referencia al grupito, y que es más inteligente seguir mi propio ritmo. En cualquier caso, pasamos la media maratón ligeramente por debajo de 1:24. Tiempazo.
La segunda mitad del recorrido es más pestosa. La zona del puerto te enfrenta a la soledad del corredor de fondo, pero sobre todo, la vuelta hacia el centro de la ciudad es una recta larguísima que pica ligeramente para arriba.
Además, el cansancio empieza a hacer mella. Lógico después de casi 2 horas de esfuerzo. Nada nuevo bajo el sol. Nos conocemos el maratón y yo. Todavía puedo mirarle cara a cara y ser positivo. Bajo un poco el ritmo, pero nada preocupante.
El punto de inflexión, para mal, llega sobre el km 31. Sin previo aviso, calambrazo fest 2025. El monstruo se agranda, ya no sólo batallamos contra el cansancio, ahora también nos enfrentamos a los calambres y a la cabeza. Todo a la vez. A ratos consigo pensar en positivo (“vamos , que ya llevamos tres cuartas partes completadas”), pero a decir verdad, me asaltan las dudas (“voy con calambres y me quedan más de 10 kilómetros…”), con algún momento crítico de pensar que quizás lo prudente es sencillamente retirarme.
Sobre el km 34 o 35, me pasa la liebre de 2:50. En el fondo es lo mejor que me podía pasar. Necesito resetear, cambiar el foco, y para eso lo mejor es dejar de pensar en tiempos y ritmos.
Me tranquilizo. Reduzco un poco un poco el paso, y asumo que cada 5-10 minutos toca parar y estirar. Una nueva realidad. Agradezco los ánimos de la gente e intento darle la vuelta al asunto: estamos a pocos kilómetros de completar un nuevo maratón, y en un tiempo que hace años me hubiera parecido un éxito.
Los últimos 2 kilómetros voy incluso algo más suelto de piernas.
Recta final y nuevo maratón completado! El decimotercero. Tiempo final 2:55. Ahora mismo es lo de menos. Me asaltan muchas emociones. Dentro de mí reconozco cierta decepción por el tiempo final, pero empieza a hacer presencia una sensación de orgullo por haber terminado dignamente, y por haber sabido gestionar con calma un momento de muchas dudas. Al final, siempre aparece el Iñigo positivo.
La organización, sencillamente de 10. Una carrera muy humana. Más allá de detalles novedosos que llaman la atención (léase, cerveza y pizza en meta), me quito el sombrero ante la multitud de voluntarios con ganas de ayudar y hacerle la experiencia fácil al corredor. A modo de ejemplo, en la zona de masajes, el encargado de soltar mis gemelos, en cuanto le digo que he tenido bastantes calambres, enseguida me dice “tranquilo, que llamo a la jefa, y mañana vas a estar como nuevo”. Chocamos las manos y me saca mi primera sonrisa después de meta.
Primeros encuentros con los compañeros de fatiga. Rubén ha hecho un carrerón, de menos a más, llegando justo detrás de mí. Tabo cumpliendo con su objetivo de 3:05. Y qué decir de los compañeros de road-trip. Gorka haciendo añicos a su particular “guerra al declive”, vuelve a bajar de las 3 horas por sexta vez. Está exultante, y yo que me alegro de verdad. Muy merecido. Ya en el guardarropa, vemos que llega Andrés. Es su primera maratón. Recuerdo la emoción de mi primera vez, y reconozco en sus ojos la alegría de ser finisher. Y no sólo la ha acabado, si no que ha sido capaz de hacerlo bien, corriendo de menos a más. Mis dieses al equipo.
Cogemos el coche de vuelta al piso, para recoger enseres y tomar el camino de vuelta a Bilbo. Los gestos de dolor y las piernas tiesas están ahí, pero son más fuertes las ganas de compartir entre risas lo vivido en carrera.
En resumidas cuentas, un nuevo maratón del que aprender, un fin de semana especial, y sobre todo un gran viaje entre grandes personas, de las que merecen la pena y siempre suman.
Nos vemos en la siguiente, Filipides!
Por Iñigo Arrieta