Este domingo participé en mi maratón número 36, justo 20 años después de debutar en 1998 en el entonces maratón de Bilbao (que se celebraba a finales de mayo o primeros de junio). Era entonces un pipiolo de 19 años, ha pasado mucho tiempo pero lo tengo marcado a fuego en la memoria: esos nervios viendo amanecer esperando el momento de salir de casa, esa inexperiencia sublime, y la ilusión que tenía. Y ese calvario que que me hizo convencerme de una cosa: ¡¡lo mío no son los maratones!! O no lo era.
Ahora la vida ha dado muchas vueltas. Peino canas, tengo dos hijos, y tengo claras las cosas que me gusta hacer por mí y para mí. La principal es correr maratones. Menos mal que después de aquella experiencia en 1998 volví a la carga 4 años después, y desde entonces unas cuantas veces. Mi vida sería distinta sin esto.
El domingo pasé malos momentos, los ritmos que creía que tenían en las piernas no salían. Antes de llegar a mitad de carrera tenía dificultades en mantener un ritmo incluso más bajo que el que tenía planteado, no me llegaba el aire a los pulmones, una situación poco halagüeña con tanto por delante. Y sin embargo a partir del kilómetro 25 las sensaciones cambiaron totalmente, mi cuerpo tiene algo que me hace correr mucho mejor las maratones que las distancias más cortas.
Pasé a varios corredores y me situé quinto en carrera. Además en los giros me cruzaba con los de delante y confié en poder alcanzar al tercero y cuarto. Entonces disfruté. Son momentos que sintetizan lo que tanto me engancha de esto: sensación de ligereza, confianza en mis fuerzas, todo recuerdo de fatiga o dolor en las piernas olvidado: a la caza de los que tenía por delante. Puede que sea eso: iba de cacería.

Pero los demás también corren. Y en este caso, ¡¡me hicieron el feo de mantener muy bien el ritmo y no dejarse coger!! Bueno, no conseguí el objetivo inicial que era el habitual de bajar de las 2 horas y 40 minutos, pero me quedo como siempre con los momentos, suena pedante y afectado pero de cada maratón me queda al final una imagen, una sensación, un momento. Aquello que después a la hora de entrenar día y sí y día también me hace recordar por qué soy tan cabezota y por qué merece tanto la pena. En este caso fueron las largas y casi desiertas rectas de Vitoria, «cabalgando» con sensación de estar exactamente donde me gusta estar.