Crónica Maratón Martín Fiz de Vitoria 2018

Este domingo participé en mi maratón número 36, justo 20 años después de debutar en 1998 en el entonces maratón de Bilbao (que se celebraba a finales de mayo o primeros de junio). Era entonces un pipiolo de 19 años, ha pasado mucho tiempo pero lo tengo marcado a fuego en la memoria: esos nervios viendo amanecer esperando el momento de salir de casa, esa inexperiencia sublime, y la ilusión que tenía. Y ese calvario que que me hizo convencerme de una cosa: ¡¡lo mío no son los maratones!! O no lo era.

Ahora la vida ha dado muchas vueltas. Peino canas, tengo dos hijos, y tengo claras las cosas que me gusta hacer por mí y para mí. La principal es correr maratones. Menos mal que después de aquella experiencia en 1998 volví a la carga 4 años después, y desde entonces unas cuantas veces. Mi vida sería distinta sin esto.
El domingo pasé malos momentos, los ritmos que creía que tenían en las piernas no salían. Antes de llegar a mitad de carrera tenía dificultades en mantener un ritmo incluso más bajo que el que tenía planteado, no me llegaba el aire a los pulmones, una situación poco halagüeña con tanto por delante. Y sin embargo a partir del kilómetro 25 las sensaciones cambiaron totalmente, mi cuerpo tiene algo que me hace correr mucho mejor las maratones que las distancias más cortas.
Pasé a varios corredores y me situé quinto en carrera. Además en los giros me cruzaba con los de delante y confié en poder alcanzar al tercero y cuarto. Entonces disfruté. Son momentos que sintetizan lo que tanto me engancha de esto: sensación de ligereza, confianza en mis fuerzas, todo recuerdo de fatiga o dolor en las piernas olvidado: a la caza de los que tenía por delante. Puede que sea eso: iba de cacería.
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Pero los demás también corren. Y en este caso, ¡¡me hicieron el feo de mantener muy bien el ritmo y no dejarse coger!! Bueno, no conseguí el objetivo inicial que era el habitual de bajar de las 2 horas y 40 minutos, pero me quedo como siempre con los momentos, suena pedante y afectado pero de cada maratón me queda al final una imagen, una sensación, un momento. Aquello que después a la hora de entrenar día y sí y día también me hace recordar por qué soy tan cabezota y por qué merece tanto la pena. En este caso fueron las largas y casi desiertas rectas de Vitoria, «cabalgando» con sensación de estar exactamente donde me gusta estar.
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