Bilbao Night Marathon 2023

Decía el gran Kipchoge, en uno de esos premios pomposos que entrega una institución pelín anacrónica para mi gusto (nada personal, lo pienso de todas las monarquías), que “el que corre un maratón puede hacer cualquier cosa en esta vida”.

Quizás el bueno de Eliud se lo ha flipado un poquito, pero comparto el fondo del mensaje. Toda maratón te enseña mucho sobre ti mismo. Esta no fue una excepción. Y en esta ocasión, además de aprender, acabamos de lo más contentos

La película empieza con más prisas de lo deseable. Soy plenamente consciente de que los guardarropas y los baños públicos de Zubiarte están previstos para mí y para otras 12.000 personas. Lo que le cuesta más a mi cabeza es ajustar la diferencia de tiempo que suponen estos preparativos cuando hablamos de eventos multitudinarios. Así que toca correr antes de empezar a correr. Justos, pero conseguimos llegar a tiempo para la foto de familia Korrikazaleak. Primer gran objetivo cumplido.

Saludos, risas, buenos deseos, nervios y conversaciones sobre ritmo objetivo en el calentamiento. Lo habitual de las previas.

Entramos en el cajón de salida. Me encuentro tranquilo y motivado. El tiempo acompaña y me siento bien.

Pistoletazo de salida. Un recuerdo que ya he convertido en ritual para mi Aita, y corriendo que es gerundio.

Los primeros 2 kilómetros pasan tranquilos. Es uno de las cosas buenas del maratón, que te ahorras buena parte del agobio inicial de otras carreras más cortas. Ritmo crucero desde el inicio.

Sobre el kilómetro 2, me pasa la liebre de 1:25. Tenía dudas con la estrategia, pero aquí tomo la primera decisión de carrera: seguirle y aprovechar para correr con un grupo numeroso durante un buen rato. Ya tendremos tiempo de soledad.

Tengo un leve malestar en el flato que me tiene alerta. Hay que escuchar al cuerpo. Pero decido sintonizar en mi cabeza, a mayor volumen, música relajante que me lleve a no pensar demasiado en el flato. Falsa alarma. Todo fluye. Vamos que nos vamos!

Hacia el kilómetro 15, decido parar un poco y hacerle compañía a un árbol del parque de Deusto. Por dos motivos: el placer natural de orinar cuando uno tiene ganas, y sobre todo, dejar marchar a la liebre de 1:25. Estoy bien, pero empiezo a pensar que ese ritmo lo voy a pagar más adelante, y prefiero dejar marchar a la liebre y centrarme en mi mismo.

Con el fin de la primera vuelta, en el kilómetro 21, empieza la verdadera maratón. La batalla contra las piernas y la cabeza. Noto el cansancio, pero sigo animado. Con fuerzas. En el trayecto Deusto-Sarriko-Sani, empieza a pesar la soledad del corredor de fondo.

Aquí, toca hacer un paréntesis. Primer capítulo de agradecimientos. Es un verdadero orgullo y una suerte haber entrado en la familia Korrikazaleak. Impresionante los ánimos durante toda la carrera. Pura gasolina. No quiero pasar lista porque no me gustaría dejarme a nadie. Eskerrik asko!

Durante la segunda vuelta, atiendo menos al reloj y más a mis propias sensaciones. Aprovecho referencias individuales de otros corredores que van por delante, y que poco a poco voy cazando.

Las fuerzas disminuyen, pero aguanto bien. En esas, hacia el kilómetro 32, y en un sitio inesperado (pensaba que estaban en meta) veo a Itxaso y a Haizea. Emocionado, otro buen chute de energía para el cuerpo que me ayuda a seguir tirando para delante. Sólo quedan 10 kilómetros, joder!

Nota. Revisando Strava, me susurra al oído que quizás  hasta me vine demasiado arriba: 3:47 el km 33.

El camino hacia Deusto es el puto muro. Lo he hecho infinidad de veces, pero por motivos obvios, no acostumbro a hacerlo cuando ya llevo más de 2 horas de esfuerzo…

Me centro en mantener la mente en positivo, porque las fuerzas ya escasean. Toca aquí otro sincero agradecimiento a mi compañero y amigo Gontzal, situado en un punto perfecto para darme ánimos 3 veces en kilómetros críticos (del 36 al 38). Grande Petra!

Enfilo la avenida de las Universidades con un batiburrillo de emociones. Estoy cansado, con algún amago de calambre, pero la meta está ya muy cerca. Soy el Mario Bross que ha perdido la estrella, pero que al menos todavía avanza hacia delante.

Último esfuerzo. Me acuerdo de todas esos allegados que alucinan con lo de las maratones:

– ¿40 kilómetros corriendo? Estás chalado.

– En realidad son 42 kilómetros… y 195 metros. Y sí, quizás estoy chalado.

La diferencia es importante. Al menos relativa. Tomando un café con los del trabajo, parece irrelevante, pero cuando llegas a la pancarta de 40, al lado del ayuntamiento, la perspectiva es diferente.

Último kilómetro. Ahora sí. Toca disfrutar!

“Estoy hasta menos cansado, joder! Voy a apretar un poco… espera que se me suben los gemelos hasta el cerebro” Recta final. Tremendamente contento. Emocionado. Otro maratón a la buchaca.  Puesto 14 y tiempo final 2:53 y pico (lo sabré más tarde porque se me olvida parar el reloj). No es mi mejor marca, pero quizás sí mi mejor maratón. Bueno, el segundo, el mejor esperamos que sea el siguiente.

Por Iñigo Arrieta

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